viernes, julio 20, 2007

CUENTITO 2



DIVAGÁBAMOS

Estás de nuevo en tu carro y haz llegado a la costa verde, ahora manejas más libre. Te gusta cortar camino por esa ruta porque no hay semáforos, no hay reglas que te constriñan. Estás acostumbrado a seguir las reglas, no puedes zafarte de ellas, te mueres por ir en contra, pero algo muy dentro de ti, algo que haz sembrado tú mismo te lo impide. Ahora recuerdas la reunión que acabas de dejar. Estaban los compañeros del trabajo, y tú les sonreías a todos y les contabas que haces deporte, mentira, ya no lo haces, pero te encanta regodearte de tu vida tan sana. Hablabas de todo un poco y a eso de la una y media te despediste, mañana tienes que trabajar, y al que madruga…, y lo necesario de dormir por lo menos seis horas para producir más y mejor… Y ahora comienzas a sufrir, a preguntarte cuándo te jodiste. Te gustaba leer, sobre todo poesía, te gustaba salir con tu amigo Bruno a conversar, a caminar, a darle forma a las nubes. Y soñabas con atrapar el mundo y si podías, si te dejaban, lo cambiarías para mejor. Te veías al espejo y te gustaba, eras sano, limpio, transparente. ¿Hasta que la conociste?, ¿habrá sido ahí?, te preguntas. Ella no quería un amor, quería una situación asegurada, te dices, y comienzas a recordar sus humillaciones. Y tienes claro que fue ahí donde te juraste que nadie más te iba a humillar por plata, te juraste nunca más trepar a una combi, juraste nunca más lidiar con un taxista, juraste que ibas a entrar, y por la puerta grande, a la pandilla Master Card, y ahora estás en tu auto del año. Recuerdas cuando cambiaste de carrera, ahora todo el mundo te respeta, el progre te dicen, y tú sonríes, siempre sonríes. Nunca más una línea cursi, nunca más. Te preguntabas si algún día podrías escribir los versos más tristes…, escribir por ejemplo…, nunca más, juraste, nunca más sufrir. Mi esencia la cursilería, decías con orgullo. Ahora cuidas, ahíto, cada una de tus palabras. La costa verde te mira, mohína, sucia, miras hacia el cielo y la luna ha salido, miras el mar y te dices: una a una las olas gastaron nuestras vidas… y no te crees. Haz salido temprano de la reunión porque mañana tienes que ir al trabajo, puntualísimo a las ocho, acomodarte en tu oficina del onceavo piso, mirar la ciudad, y seguir pensado como ahora, y seguir sufriendo, sólo, contigo mismo. Y llamarás a Bruno solo para comprobar que a las doce del día está tomando su desayuno, y te lo imaginarás con un cigarro en la boca, en una mano una taza de café y en la otra un libro, y lo imaginarás, estoico, en una combi. Y estarás seguro, una vez más, que a él le duele todo, pero no le jode nada. Después le contarás a tu jefe, justificándote, como está tu amigo de siempre, Brunito, tentado por el fracaso. Y dentro, muy dentro de ti, te ves no tentado sino sumergido en tu fracaso, regodeado en tus miasmas. Ahora te imaginas en tu departamento, haz bajado la velocidad porque haz empezado a pensar a cien por hora, te imaginas poniéndote el pijama, lavándote los dientes, y después, tomándote un antistamínico porque dan sueño y tú no puedes tener insomnio. Ahora sufres, sufres solamente, y haz comenzado a imaginar a la mujer que amas retozando con el hombre que ama, sí, y en el mismo momento en que tú te vas a casa porque las seis horas de sueño, porque hay que producir… Cuándo te jodiste te preguntas, y sólo pides tres cosas: no pensar, no pensar, no pensar. Haz llegado a la subida a San Isidro, han abierto la cochera, haz entrado al edificio donde vives y haz dejado el auto. El portero te saluda y tú le dices, cómo me sonríe la vida Panchito, dime si no, el sacrifico Panchito, el sacrificio es progreso Panchito, buena noche Panchito, hasta mañana temprano Panchito. Y te vas subiendo por el ascensor queriendo, como en todas las noches de tu vida, que ese mañana no llegue, no llegue si se va parecer a hoy.

No hay comentarios: